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"El caso Martí y el descontento empresarial

Por Mauricio González Lara

Pocos casos criminales han conmocionado tanto a la opinión pública como el reciente secuestro y asesinato del adolescente de 14 años Fernando Martí.
¿Qué es lo que diferencia al caso? Tristemente, no es su crueldad (tanto en el DF como en el norte del país se han registrado casos aún más violentos), ni tampoco sus detalles grotescamente pintorescos (La banda de la flor, supuesta perpetradora del crimen aún está lejos de la teatralidad del “mochaorejas” Arizmendi ), o su modus operandi (es lugar común que los secuestradores se hagan pasar como policías, como fue en este delito). No, su significancia radica en el alto perfil del padre del secuestrado: Alejandro Martí.
Alejandro Martí, líder de Grupo Martí, conglomerado innovador en materia de marketing deportivo y que incluye las tiendas Martí y los exitosos gimnasios Sport City, acababa de ceder la propiedad y control de su empresa a la familia Harp, quienes se calcula le han inyectado alrededor de 600 millones de dólares de capital al proyecto (570 millones por la compra, y otros 30 millones adicionales). A fines del año se especuló que en realidad había sido una toma hostil por parte de los Harp, lo cual fue desmentido públicamente por el mismo Martí en diversos medios: “no es una oferta hostil, es una oferta generosa y pública que nos permitirá crecer aceleradamente.” Hostil o no, lo cierto es que la compra ocupó las primeras planas financieras y ratificó a Alejandro Martí como uno de los empresarios más importantes de México. Esa fama, aunada a la ubicuidad de la publicidad de los Sport City, seguramente atrajo la atención de los secuestradores.
Visto en términos pragmáticos, los empresarios más redituables para los secuestradores son aquellas personas poseedoras de un amplio flujo de efectivo, pero cuya fortuna no los haga tan notables como para contar con redes de influencias capaces de aplastarlos. Es decir, hombres de negocios que no puedan generar una presión tal en la opinión pública y en los corredores políticos que obligue al gobierno a perseguir el caso hasta sus últimas consecuencias. Alejandro Martí no responde a esta descripción; por el contrario, es un hombre de influencia y con contacto directo con los principales actores de las esferas empresariales, políticas y mediáticas del país. Es por esto que la tragedia de su hijo no puede ser leída como un secuestro más; es, en sí mismo, algo que escapa a un mero acto criminal. No importa en verdad si existía o no por parte de los criminales una intención ulterior que rebasara la sola ganancia económica, el alto empresariado mexicano, así como otros grupos vinculados al proceso de toma de decisiones del país, lo interpreta como un mensaje aterradoramente directo: si le pasó al hijo de Alejandro, le puede suceder al hijo de cualquiera.
Miedo y desestabilización
No es, desde luego, la primera vez que se opera contra un personaje de estas características. En los 90, por nombrar los ejemplos más conspicuos, se registraron los secuestros de Angel Losada, Joaquín Vargas, e irónicamente, el del mismo Afredo Harp Helú; todos actos que estuvieron conectados a grupos que poseían rasgos que escapaban al del secuestrador común (como el Ejército Popular Revolucionario, por ejemplo) y que contribuyeron en buena medida a la desestabilización sociopolítica que culminó en la crisis económica de 1995. Los secuestros de Losada y Harp, por ejemplo, intensificaron la fuga de capitales en el atribulado 1994, año en que la lucha por el poder alcanzó tintes sangrientos con los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu.
El asesinato de Fernando también se da en un escenario complejo para el país: encono político a causa del debate en torno a las reformas estructurales y la herida no cerrada de las elecciones del 2006; agudización de la incertidumbre económica ante la crisis alimentaria mundial y el errático comportamiento de los precios del petróleo; inmovilidad de la planta productiva mexicana; repuntes en la inflación y el desempleo y, sobre todo, una abierta lucha en contra del narcotráfico que ha generado una ola de violencia y muerte sin precedente en el país.
Si definimos a la desestabilización como el proceso sistemático de acciones violentas e intimidatorias por parte de grupos externos al sistema con el fin de vulnerar el orden institucionalmente constituido, se puede deducir, a manera de hipótesis de trabajo, que la tragedia Martí es palmariamente desestabilizadora: además de ser una muestra de poder de facto de la impunidad del crimen organizado, crea un clima de miedo que puede ser usado para presionar al gobierno de Felipe Calderón. A río revuelto, ganancia de pescadores.
Esta muerte oscurece más la relación entre Calderón y el empresariado, la cual ha estado marcada por varios desencuentros: los cuestionamientos a la reforma fiscal (con el famoso IETU y la intentona de eliminar la deducibilidad de las donaciones filantrópicas), las desavenencias con los conglomerados de medios de comunicación electrónicos a causa de la reforma electoral, el resentimiento ante ciertos señalamientos de Calderón en el sentido de que algunos empresarios no han estado a la altura del liderazgo que requiere el país, y ahora la percepción de que el secuestro de Fernando es un efecto colateral de la fallida guerra del gobierno contra el narco (una hipótesis manejada por varios analistas es que, como consecuencia del desmembramiento de los cárteles de la droga, varios de sus miembros se han volcado a la industria del secuestro de alta esferas) .
El descontento ya se expresa en voz alta: es el comentario de rigor off the record en entrevistas y tema de reuniones formales e informales entre los pesos completos del empresariado mexicano, quienes sienten que Calderón no los ha apoyado como se debe y que su combate al crimen organizado ha redundado en un ambiente de inseguridad que desalienta la inversión. Muchos de estos personajes, quienes parafraseando al periodista Jorge Zepeda Patterson son los verdaderos amos de México, no piensan quedarse con los brazos cruzados.
Conclusión
Hace dos años, el periodista Charles Siebert relataba en un notable reportaje publicado en el New York Times cómo una tranquila comunidad de elefantes en Uganda, Africa, se había convertido en una manada asesina y delirante que atacaba aldeanos, se mataba entre sí, violaba rinocerontes y desdoblaba un comportamiento en extremo violento y demencial. ¿Qué les sucedió a los elefantes? El reportaje concluía que frente a la depredación ambiental y el aumento de cazadores, los elefantes alcanzaron un punto de estrés en el que, simple y llanamente, enloquecieron. Incapaces de identificar el origen de la violencia límite a la que habían sido sometidos de manera sistemática durante varios años, los elefantes explotaron con intensidad contra todo lo que les rodeaba, errática e indiscriminadamente. Al final, sumidos en la total confusión, los elefantes terminaron por matarse entre ellos mismos.
El secuestro y muerte de Fernando Martí marca un punto de inflexión. Bajo el contexto de la descomposición social que vive el país, no resulta sorprendente que muchos grupos de poder factuales, incluido desde luego el empresarial, comiencen a asumir un mayor protagonismo en el escaparate público; sea para presionar legítimamente a las autoridades, como el caso de la emotiva carta publicada por Harp Helú, para sacar provecho político o reafirmar sus tendencias más retrogradas, como el lamentable caso de quienes pretenden reducir el drama humano del secuestro a una estéril discusión sobre la pena de muerte.
El activismo del empresariado mexicano debe apuntar a la demanda de reformar profundamente un sistema de justicia cuya actual inoperancia los convierte hoy en virtuales blancos móviles de la delincuencia; debe de exigir, también, un reporte de resultados detallado y preciso, sustentado en datos duros y estadísticas, y no en las imágenes cursis y patrioteras que caracterizan al discurso de varios funcionarios calderonistas, quienes nos piden creer que “vamos ganando la guerra contra el hampa” de la misma forma en que un adulto le pide a un niño en que crea en la existencia de Santa Claus. Sin embargo, la comunidad empresarial debe ejercer esta presión de manera racional, sin arrebatos reaccionarios, excesos ególatras o enconos que dejen solo y vulnerado al gobierno en su obligada lucha contra la delincuencia. De lo contrario, el México de los próximos meses bien podría asemejarse a esa comunidad de elefantes en Uganda, cuyos integrantes, lejos de atacar al verdadero origen de sus problemas, acabaron siendo sus propios depredadores. (F) Más artículos del autor sobre negocios, management, marketing y tendencias"

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